martes, 3 de febrero de 2009

El acuarelista de sueños: M. Ángeles Cantalapiedra


Cuando todos dormís, yo sobrevuelo vuestros espíritus esponjados. El silencio de la hora escolta mi paseo y hace que bucee en detalles que a simple vista parecen no aflorar; son como los gorrioncillos aprendiendo a piar en un mundo que no calla. Apenas se les escucha, sin embargo, a esta hora en que el vuelo del hombre descansa, se ven, se sienten, esos gestos chiquitos, guiños imperceptibles que llaman mi atención.
Desplegar mis alas cuando la luz duerme, no es planear a ciegas, vuestras barcas me orientan con sus farolillos en medio de la bruma.
A veces, como hoy, el silencio viene salpimentado de lluvia y aún esa música hace que vea más allá de la rama desnuda en el páramo de la fantasía.
Y es, entonces, el momento en que los hados me visten de pintor y guían mi lápiz a perfilar un sueño.
Abro mi bloc de notas, releo las chispas que saltaron en mí durante el día y que con codicia anoté para no olvidarlas. Me paro, descanso, pienso en vosotros, seres reales sin imagen en mi espejo, y comienzo la labor de modelar tus ojos, vuestra boca.... Mis manos van dando forma a cada palabra hasta que tiene el cuerpo de una acuarela con talle de mujer, tal vez un ángel sin hélices…

El horizonte clarea bermellones y mi lienzo, un día más, se cierra con un deseo encalado en una nube.
… Ya mis duendes se despiden, la realidad está llamando a mi ventana y no escucho el quejido del gorrioncillo. No obstante, la noche trajo su verdad y es tan real como estas hojas esbozadas en sueños de papel.

domingo, 1 de febrero de 2009

Me estoy haciendo vieja: Socorro Mármol


…el Tiempo ha escrito a su manera su propia forma de ser.
Por mucho que me empeñe, no podré detener las pinceladas con que el Tiempo quiera dibujarme.
Sin embargo, mientras posaba a la fuerza para tan hacendoso pintor, fui tomando conciencia de mis poderes sobre Él, y supe que su afanosa tarea siempre estaría doblegada a la elección de mi gesto.
Eso fue cuando estaba ensayando pinceladas en torno a mis labios y a mis ojos sin acabar nunca de decidirse por un rasgo concreto.
Lo vi a Él, tan aparentemente impasible, titubear varias veces; trazar, borrar y volver a dibujar las líneas con las que contorneaba aquellas dos parcelas eternamente cambiantes de mi cara: mis labios y mis ojos, directamente conectados con este viejo corazón mío.
Entonces me di cuenta de que los pliegues que más me gustaban de mí misma eran aquellos que el Tiempo dibujaba cuando Él se sentía feliz, y que, extrañamente, coincidían con los momentos en que yo decidía sonreírle al tiempo a pesar de que el Tiempo tuviera mala cara y ojos de tormenta.
En mi aprendizaje creció una especial sensibilidad por los colores, y aunque el Tiempo hubiese extendido monotemáticos tonos grises en su cromática paleta de pintor de emociones transitorias, yo me empecinaba en el chisporroteo de colorines imaginados hasta que Él caía vencido por la luz de mis pensamientos.
Descubrir que no era Él el único dueño del entorno, el actor principal en la obra de mi vida, sino que yo podía hacerme dueña de una parte del escenario, fue empezar a comprender mis propias habilidades mágicas.
Había inventado mi mejor truco para dominar al Tiempo.
Cada mañana, antes de empezar a posar para tan extraño artesano, empecé a hacer algo que, con el tiempo, se fue haciendo costumbre y tomando forma sin necesidad de nuevos aditamentos: me miraba al espejo y, con mucho, mucho tiento, me almidonaba una sonrisa en la boca y en los ojos. Luego, negociaba con mi corazón abrirle nueva cuenta de crédito a dos o tres afectos emborronados, tachaba con esmero el recuerdo de cualquier mal sueño de la noche anterior, liberaba de sus cadenas al último fantasma rezagado entre mis miedos y mis desesperanzas, y me ponía a sacarle lustre a los perdones, empezando por perdonarme a mí misma aquella querencia de abandonos y de iras que tanto tiempo me quitaban.
Cuando, finalmente, me encontraba recompuesta, me dirigía con paso más o menos firme al estudio del Tiempo, y me sometía a las cortísimas sesiones de posado en que se va convirtiendo este ya largo vivir; me sentaba delante de Él y procuraba no arrugarme los atavíos elegidos personalmente por mí al despuntar del nuevo día, para seguir viviendo.
¡Sigamos! -Decía Él con su voz hecha de inevitables monotonías antes de empezar su minuciosa y nunca interrumpida faena de recontar segundos nuevos sobre la piel del cuadro que lleva pintando toda una vida.
La voz del Tiempo a mi me parecía casi siempre un cuadro en blanco y negro; como si el hecho de “seguir” no fuera sino una irrevocable estratagema para matar el tiempo.
¡Sigamos viviendo! -Contestaba yo, alborozada, segura de estar teniendo una intervención fundamental en aquella obra de arte; y por poder ayudarle al Tiempo a dibujar sobre mí sus mejores trazos.
¡Soy una artista!
Ésta es mi mejor obra, -me decía a cada momento, y cada vez más convencida de que yo tenía mucho que ver con la perfección de aquel cuadro de agridulces y fructíferas decadencias-.
Sí, ésta va siendo nuestra especialísima forma de tratarnos el Tiempo y Yo: yo sonrío.
Sonrío haciendo a veces esfuerzos inauditos.
Sonrío cada vez con menos escozores.
Le sonrío a los silencios que guardo en el hueco de la escalera cuando zascandilean en mi alrededor una legión de palabras desabridas.
Le sonrío a la carcajada que me arranca alguien que quiere compartir conmigo la mitad de un abrazo.
Sonrío cuando tengo y cuando no tengo por qué sonreír.
A veces –yo lo sé- mi sonrisa no alcanza a ser algo más que una mueca. Lo noto porque el Tiempo humedece sus pinceles en alguna de las lágrimas que pasan a la carrera camino de algún rayo de sol en que secarse.
Otras veces, el recuerdo de mi sonrisa no es sino una levísima sombra, como la que Sinatra le cantaba a mis amores adolescentes con aquella canción hermosísima: .
Pero sonrío.
Y Él, el Tiempo que me queda, va eternizando esa sonrisa que se ha hecho costumbre sobre el cambiante lienzo de mi vida.
Mientras pensaba en estas cosas, descubro que hay alguien que ya había descubierto mi truco antes de que yo lo empezara a usar. Se trata del Psicoterapeuta JUAN HITZIG. Lo he visto vagabundear por la avenida de Yuotube, pararse en la esquina de “Qué-Puedo-Hacer-Por-ti”, y empezar la presentación del libro , de ELIA TOPPELBERG.
Creo que semejante descubrimiento debo compartirlo con quienes pasen por este Lugar mío:
http://www.youtube.com/watch?v=PKcWqTLljrw
Luego, si alguien quiere comprobar que yo estaba antes (¿lo estaba?), mirad con lo que felicité el Año Nuevo a los míos. Y a los que no lo son:
http://www.youtube.com/watch?v=8kVEALViwcw
Tendremos que hablar de cómo queremos/podemos envejecer.

sábado, 31 de enero de 2009

Amantes cómplices: Luis Alcocer



Son cómplices amantes el viento y tu cabello


La brisa lleva flores que desune el tiempo
los pétalos casados con la lluvia caen en racimos,
funden con las nostalgias que evocan y acarician
tus ojos sonrientes, ávidos de mimos sin finales.


No alcanza mi mirada el horizonte,
no necesita un fin, sencillamente existe,
le basta con ser parte de la vida en común que nadie ha marchitado,
de la historia que forman los recuerdos que ni la carne borra;
no quiere más que recibir la blancura del alma que traslucen tus mares,
acompañar tu vida hecha de sueños
y convertir el aire en aliado
de nuestra irrepetible historia sin retorno.


Son cómplices amantes el viento y tu cabello.


Nuestros cuerpos que fueron y son uno:
los dedos que caminan en tu frente,
mi aliento y mi cuidado cuando duermes,
la piel de tu cintura igual que una pavana casi silenciosa,
y el pequeño temblor que cimbrea la sábana
me lleva al paraíso aquel donde aletean mariposas nocturnas,
las que guardan tu nombre entre sus alas,
discípulas de lunas bajo el cielo, acopladas con olas
que ven como las aguas comulgan con el universo
para alumbrar esos azules que has amado siempre.


Afuera el mundo ausente:
la calle, de geranios dormidos por la luna, calla;
retorno a mi vigilia silenciosa,
soy el guardián del mundo inimitable que tú formas.


Descansa...,
nada puede pasar, hay un ramo de flores en la mesa,
yo soy el celador, -nunca habrá otro-,
una vez más y siempre, aunque te duela,
de los deseos femeninos de tu cuerpo ansioso.

viernes, 30 de enero de 2009

Soñando ilusiones: Ernesto García



Ahora que mi caminar se va aproximando a la cumbre, desde la que, tras divisar la larga senda recorrida, me despeñaré hacia un abismo ignoto e insondable, fuerzo mi mente y la traslado a los hitos lejanos por los que pasé al iniciar mi marcha y me hago la ilusión de que regreso a ellos para conjugar los deleites que me proporcionaron.

Y así, me persono en aquélla noche mágica en que, por primera vez, me llevaron a un circo - “el “Circo de la Alegría ” - y mi corazón inocente quedó fuertemente vinculado a una pareja de domadores de leones – él y ella -, ataviados con breves correajes negros claveteados de plata y a juego con sus cabellos de azabache y sus pieles morenas, brillantes y torneadas.

También tengo en mis manos, aquéllos soldaditos de plomo, con banderas y caballos, recubiertos de baratas purpurinas que te dejaban en las manos manchas multicolores de tanto sobarlos y, a veces, por el calentamiento del tacto, se iban ablandando, torciendo fusiles, mástiles y espadas.
Mis oídos escuchan las notas suaves y saltarinas de aquélla caja de música, francesa, que servía de pedestal –terciopelo granate- a primorosa muñeca que, con hábil animación, calentaba unas tenacillas en un infiernillo y se las llevaba al pelo para rizárselo.

Sucesivamente, me detengo observando con mis ojos de niño, a diferentes especialistas – carpinteros, albañiles, fontaneros, marmolistas, herreros, pintores, alfareros, ceramistas, músicos, relojeros, curtidores, toneleros, y no se cuántos más – ejerciendo sus “oficios” y creyéndome que los ejecutaban exclusivamente por vocación sin que hubiese que remunerarlos.

Me veo, rodilla en tierra, jugando a las canicas en cualquier parque o espacio urbano aledaño a mi domicilio, apuntando a un grupo de bolas que una reunión de golfillos ociosos ponía en juego. Y recuerdo la variedad de materiales que concurría en aquellas bolas: de barro (bolas y bolones), de mármol (chineros), de cristal (cristalas) - extraídas de antiguas gaseosas “de bola” -, de cristal con serpentinas de colores en su interior (culebrillas), plomos, níqueles, etc...

Había una tienda de ultramarinos, en una emblemática calle (aún hoy se llama “Ballesteros”) en la que se vendían unas bolas de barro cocido, de llamativos colores: verde esmeralda, granate, azul intenso, morado, marrón vivo… que se adquirían para reponer nuestras pérdidas en el juego.

Pero, ahora, que estoy abstraído en mis distantes evocaciones, pienso que la más bella de todas es la del arrullo de mi madre, con sus caricias, su dulce voz, y el placentero calor de su contacto.

miércoles, 28 de enero de 2009

Me estoy yendo: Lola Bertrand

Me estoy yendo despacio, de una manera imperceptible, pero me estoy yendo. Ni siquiera llevo conmigo los pies, los dejo aquí, atrapados entre estas letras de arena, para que no sea tan patente mi marcha.
Me siento ir, fragmentada, buscando por los rincones esos pedacitos de mí que nunca he guardado. Seguramente, encuentre restos de mi voz ahogándose en alguna madrugada; o alguna lágrima que consiguió colarse entre las ranuras de las horas…
Hay cuatro líneas que me oprimen la mente como si de un potro de tortura se tratara. Mis manos y mis ojos están atrapados en una red que yo misma he ido tejiendo con paciencia de araña.
Camino de espaldas, hacia atrás, para que mi marcha no sea tan evidente; para no tener que dar explicaciones que ni yo misma puedo dar; en mi interior sé que mis pasos no avanzan.
Me sentiré como ese otoño que termina y se funde con el invierno.
Como ese rescoldo que puede volver a ser llama en cualquier momento.

Por eso me estoy yendo…
Necesito encontrar otras rutas que me alejen de ésta en la que la ligereza de los pasos, vuela más que camina. En la que todos están dotados de una agilidad que les conducirá hasta la cima.
Ingenuamente soñé que me crecían dos alas, dos alas que me permitirían elevar mis pies del fango. Pero los sueños no pertenecen a la realidad cotidiana, esa que te va marcando el lugar exacto al que perteneces…
(“Calla, calla, princesa/ -dice el hada madrina-/ que en caballo con alas/ hacia aquí se encamina / el feliz caballero / que te adora sin verte/ y que viene de lejos vencedor de la muerte…)*
¿Quién me pintó princesa? ¿Dónde están los ojos y la voz que me impulsaron?, ¿por qué me vistieron de oropeles baratos?
Me enfrento al espejo: no encuentro mejor reflejo para saber la verdad que me rodea, y sé que me han mentido, mis alas de papel no resistirían el primer embate.
Por eso me estoy yendo…
He visto mis pies descalzos, mis manos vacías, mis ideales sin futuro y mi cuerpo sin días.
No deseo llevarme nada, lo dejaré todo en suspenso, como si fuera a volver en cualquier momento. Intentaré que mi adiós parezca un “hasta pronto”.
Tan sólo pretendo ver deslizarse mi sangre, gota a gota, en hemorrágica lentitud, transportándome hasta el olvido…

( No deseo ser ese potro desbocado que galopa detrás de tus palabras…)


*cita de un poema de Rubén Darío

lunes, 19 de enero de 2009

Gaviota: Ángeles Cantalapiedra


¿Qué sería de mí si no tuviera sueños?
Cada día, al despertar, perfilo mi álbum de anhelos fundidos en la almohada y sonrío al comprobar que permanecen mullidos en mi corazón, y serán ellos los que me ayuden a encarar un hoy que, tal vez, sea lluvioso.

Son mis quimeras nocturnas las que tejen los gestos que he de depurar si aún quiero enroscarme en una estrella y dar luz a mis manos para entregarte, después, mi utopía cosida a las alas de una gaviota para que vueles… conmigo.

Tiemblo emocionada al comprobar que la vida en sí no es un fin, ni siquiera un destino, sino un viaje donde se vive cada instante, una estela dibujada con mis obras en el horizonte para que tú, con ojos de mil colores la vivas conmigo.

¿Qué sería de mí si no tuvieras sueños?
No sería yo, no sería nada y, por tanto, no podría compartir contigo la luz de mis fantasías.
… Porque soñar es dar vida al vuelo y al canto de la gaviota que duerme dentro de mí.

domingo, 18 de enero de 2009

Ilusión: Rosa M. Arroyo



Eres como la gota de agua estampada en el cristal
que el polvo se encarga de poner rostro
acabando con el misteriode ser cualquier cosa.

No sé… Me pareces
como la nube que promete
de lejos, y sólo a veces cumple
…como el ala del ojo incitando al deseo
sin la compañía móvil de los labios;
o como el aliento, voraz e incansable,
que llega desde la sierra
a helarme la piel,
mientras miro su blanco cuerpo
y le sueño alcanzado por mis manos…;

(no sé…)

como la primera imagen de la noche
y peregrina de la hora última;
luz y sombra en cualquier esquina del cielo…
y silueta clara en todas. Tal vez,

…realidad del poeta,
mentira del descreído,
verbo y silencio…

No sé.

Puede que al fin, sólo palabra sobre papel:
esa gota de agua que el tiempo da vida
para acabar con el misterio
de ser cualquier cosa sobre un cristal…
o nada y todo sobre la tierra.