viernes, 30 de enero de 2009

Soñando ilusiones: Ernesto García



Ahora que mi caminar se va aproximando a la cumbre, desde la que, tras divisar la larga senda recorrida, me despeñaré hacia un abismo ignoto e insondable, fuerzo mi mente y la traslado a los hitos lejanos por los que pasé al iniciar mi marcha y me hago la ilusión de que regreso a ellos para conjugar los deleites que me proporcionaron.

Y así, me persono en aquélla noche mágica en que, por primera vez, me llevaron a un circo - “el “Circo de la Alegría ” - y mi corazón inocente quedó fuertemente vinculado a una pareja de domadores de leones – él y ella -, ataviados con breves correajes negros claveteados de plata y a juego con sus cabellos de azabache y sus pieles morenas, brillantes y torneadas.

También tengo en mis manos, aquéllos soldaditos de plomo, con banderas y caballos, recubiertos de baratas purpurinas que te dejaban en las manos manchas multicolores de tanto sobarlos y, a veces, por el calentamiento del tacto, se iban ablandando, torciendo fusiles, mástiles y espadas.
Mis oídos escuchan las notas suaves y saltarinas de aquélla caja de música, francesa, que servía de pedestal –terciopelo granate- a primorosa muñeca que, con hábil animación, calentaba unas tenacillas en un infiernillo y se las llevaba al pelo para rizárselo.

Sucesivamente, me detengo observando con mis ojos de niño, a diferentes especialistas – carpinteros, albañiles, fontaneros, marmolistas, herreros, pintores, alfareros, ceramistas, músicos, relojeros, curtidores, toneleros, y no se cuántos más – ejerciendo sus “oficios” y creyéndome que los ejecutaban exclusivamente por vocación sin que hubiese que remunerarlos.

Me veo, rodilla en tierra, jugando a las canicas en cualquier parque o espacio urbano aledaño a mi domicilio, apuntando a un grupo de bolas que una reunión de golfillos ociosos ponía en juego. Y recuerdo la variedad de materiales que concurría en aquellas bolas: de barro (bolas y bolones), de mármol (chineros), de cristal (cristalas) - extraídas de antiguas gaseosas “de bola” -, de cristal con serpentinas de colores en su interior (culebrillas), plomos, níqueles, etc...

Había una tienda de ultramarinos, en una emblemática calle (aún hoy se llama “Ballesteros”) en la que se vendían unas bolas de barro cocido, de llamativos colores: verde esmeralda, granate, azul intenso, morado, marrón vivo… que se adquirían para reponer nuestras pérdidas en el juego.

Pero, ahora, que estoy abstraído en mis distantes evocaciones, pienso que la más bella de todas es la del arrullo de mi madre, con sus caricias, su dulce voz, y el placentero calor de su contacto.

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