sábado, 17 de enero de 2009

La medida de los sueños: Cati Cobas


Una se pasó la vida pontificando que una vida, cualquier vida, debería tener la medida de los sueños de quien la vive. Ahora resulta que cuando una tiene, de pronto, la posibilidad de vivir aquello que sueña se pega un susto que no hay forma de pararlo.

Y una, que escribió “El Vuelabajo”, comprende que pronto va a volar y que una buena parte de lo que tantas veces soñó se está concretando y le agarra un “julepe”, un “cuiqui”, un “sustito”, que anda como si se hubiera tomado un cóctel de leche de magnesia Philips, pildoritas del Doctor Ross y Cirulaxia todo junto.

Es que muy pronto volaremos a Mallorca con mi esposo, que ha decidido sorprenderme con este regalo de cumpleaños y tengo que rogar que me pellizquen porque todavía no lo creo del todo. Serán unos pocos días, pero imagino que la intensidad de lo que nos espera superará la medida de mis mejores sueños.

“La isla que no conoce el invierno”, “La Roqueta”, “La perla del Mediterráneo” está más cerca de lo que nunca me imaginé y no puedo pegar un ojo pensando en eso. En menos de dos meses ya habré recorrido algunos de sus pueblos, paseado por la Ciudad de Palma, contemplado el baldaquino de Gaudí, en su catedral que navega en la bahía haciendo ostentación de ojivas góticas y rosetones de luz y colores increíbles. En menos de dos meses habré dormido en la casa que vio a mi padre junto al fuego y me albergaré en la cueva que lo protegió en el campo. Y, por sobre todo, cerraré el círculo, ya que podré fotografiarme junto a su nombre en la piedra blanca del molino familiar.

Dicen los viajeros consumados que un paseo se disfruta por tres veces: preparándolo, viviéndolo y en el recuerdo. Una, que no ha salido de los límites de su hermosa y generosa tierra, va experimentando la primera etapa con una combinación de ilusión mezclada con temor a lo desconocido. Aunque en realidad, estas magias del ciberespacio hacen que lo ignoto no sea tanto y que uno sepa más de su primo que pasea con su niño por la playa de Es Trenc que de su prima, que anda dictando clases en la Universidad de Lomas de Zamora y más de su sobrina, que camina, hechicera, por la Calle de Alcalá, que de aquella que lo hace por Pilar, en el Gran Buenos Aires. De modo que ya me regodeo imaginándome en medio de molinos y cruces de piedra, de montañas y mar, contemplando algunas fachadas modernistas palmesanas o paseando, quizás, en el trencito en el que me subí tantas veces en forma virtual para llegar a Soller. Pero, y sobre todo, abrazando parientes hasta hoy sin rostro, mientras los marco en el árbol genealógico que armamos con mi primo Sebastià el año pasado. Y redescubriendo a mi papá y a mí en las caras y las historias familiares de los suyos. Así como honrando a Miguel y Catalina, los abuelos desconocidos, en la tumba familiar de ese cementerio rodeado de tierra roja en el que duermen. Pero reencontrando, también, a Marcial e Isabel, los papás de mi mamá, que acá se quedaron para siempre, eternos y tiernos emigrantes, que supieron legarme una historia hecha de canciones, palabras, glosas, oraciones, refranes y comidas.

¡Volveré a ver y abrazar a Miquel y Apolonia! ¡Volveremos a reirnos de nuestras picardías con “La Adelantada” y su esposo y quizás hagamos otro tanto con su hermana Joana Aina, la que seguramente se espantará un poco de lo papelonera que puede ser su tía nueva! ¡Tomaré mate con Sebastià y Ricardo, aunque lo encuentren amargo! Y quizás, hasta le haga pajaritas de papel a Pau, el pequeñín, mientras Sebastià Jaume maravilla a Dolores, su mamá, con alguna pirueta de su trompo! Hasta puede que, tres “Catalinas Covas” se reúnan en un mismo sitio y puedan fotografiarse en un milagro impensado hace dos años atrás. Amén de conocer, tal vez “en vivo y en directo” a mis queridas Sandra Llabrés y Joana Pol, artífices radiales del milagro y de abrazar en San Marçal a mi prima “Juanita” con la que conservamos recuerdos imborrables hechos de Tebeos y Billiken…

La lista es interminable y no creo que pueda cumplirse en cuatro días, pero quedará la esperanza de que este salto a las raíces sea el primero, no el último.

Estoy pensando seriamente en comprar una almohada mucho más grande, gigantesca, porque ahora que sé que gracias a la bendita decisión de mi marido y a las maravillas de Internet, algunos deseos se hacen ciertos, quiero tener un espacio mucho más grande para soñar y hacer inmensa la medida de mis sueños.


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