sábado, 17 de enero de 2009

No quiero soñar que sueño: Pilar Moreno Wallace



Soñar no compensa lo etérico de las ausencias, no me devuelve lo inasible que un despertar anticipado hace desaparecer en el alba. Soñar me enfrenta a la falta de sortilegios que la rutina de los días me roba descaradamente y sin razón.

Hubo un tiempo que soñaba sueños parodiando una vida que no me estaba destinada, y me entregaba desnuda de agobios al acoso de imágenes y ternuras peregrinas: frases y versos, ritmos y figuras, literatura, palabras, todo un lenguaje simbólico para acceder a lo fascinante de la poesía, a lo exaltado de las pasiones en el secreto de un ritmo conjugado. Aquellos sueños de emoción presentida me hacían soñar un lenguaje de asombros y bellas composiciones, que excitaban mis fantasías con audaces arquitecturas. ¡Cuántas historias desbaratando el silencio de la noche! ...

Pero el soñar hace perder al tiempo su medida y lo deja en estado de vigilia emocional. Temí quedarme sin palabras, olvidar títulos, que desapareciera la magia de una propia realidad. Los mismo sueños me revelaron lo vulnerable de lo que se escribe, e intenté acelerar madrugadas para evitar ficciones y privilegios, buscando lo que me descubría la vida en complicidad con mi imaginación.

No había contado con la Quimera, siempre calculadora y fría, provocando personajes en un duermevela ocasional. Por unos instantes me atrajo con una sintaxis de seductoras propuestas, su lengua de aparente fecundidad. Imposible sustraerse a sus encantos, a sus promesas del placer en el triunfo. A cambio me exigió – como toda diosa – una sumisión completa y entregada, sacrificarme a sus antojos con la ofrenda de mis innatas emociones.

No me quedó otro camino que cortar el Cordón de Plata que me mantenía unida a ella, dejando mis sueños en lo que son: un balbuceo tímido que busca sólo las palabras.

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