miércoles, 14 de enero de 2009

Sueño en sombras: Lola Bertrand


Los gusanos salieron de las tumbas reclamando más cuerpos, les parecía poca la carroña almacenada en el submundo desde donde aguardaban. Les crecieron unas pegajosas alas grises, para poder revolotear, a su gusto, por los pasadizos oscuros que circundaban las mentes de los prepotentes dioses.
Había fiesta de gala en los salones de la tierra en sombras; sabían lo que se estaba cocinando, muerte y miseria, en los fogones secretos de los últimos dioses de barro.
Todas las señales apuntaban al gran festín: ¿por qué, si no, habían clavado su hermosa bandera de barras y estrellas, dentro de los ojos inocentes?
Un ejército de gusanos revoloteaba en la noche succionando el sueño de paz de los incautos; eran tan astutos como las palabras de sus amos; tan taimados como las mentiras envueltas en papeles de colores.
¡Ellos eran su próximo festín!, cómo no mimarlos.
La gran falacia extendía su cuerpo, de medusa amorfa, por las fisuras invisibles de un mapa que no debería tener fronteras; succionaba con placer los gritos de impotencia, nacidos de las montañas de basura.
Esa era la mejor visión para los ciegos; el mejor sonido para los oídos de los sordos; el bocado más exquisito para los descerebrados y modernos amantes de la paz y el orden…
Todos aplaudieron el gesto supremo de su dios de barro: acallar con su bota el llanto de un recién nacido.
Y vitorearon con júbilo sus sabias y prudentes palabras:
-No debe quedar ninguna semilla de mal nacido que nos levante la voz, y nos dispute la supremacía del “oro negro”.

(En un rincón llora una flor, y aún hay personas que se cuestionarán si son lágrimas o pétalos lo que derrama…)
Pensamiento antes de abrir los ojos:
“Ya no doblan las campanas por nadie…”

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